Para ti...

Mariano
Por regalarme la oportunidad de sentir esta clase de amor que aún no conocía. Por la ilusión que trajiste a mi vida y, junto con ella, la enorme dicha de descubrir el significado de la palabra “mamá”.

Juan Carlos
Porque desde que apareciste en mi vida has sido el complemento perfecto de mi cuerpo y mi alma. Porque a tu lado me siento plena, me siento viva… gracias por darme tanto amor; amor que ha generado amor.

Mamá
Porque ahora que comienzo a saber lo que es ser madre, te entiendo mejor. Quiero que siempre estés segura de que te adoro y te admiro con todas mis fuerzas. Gracias por estos 31 años de entrega total que, sin queja alguna, me has regalado.

Esperándote...

Tu papi siempre dice que muchas veces no tiene ni idea de lo que está pasando por mi mente. Tal vez tiene razón. La verdad es que siempre he sido muy reservada y casi nunca le permito a nadie que sepa qué es lo que estoy pensando… o sintiendo. Por eso decidí escribirte estas líneas, para que un día, cuando seas grande y quieras enterarte, conozcas todo lo que significó para mí el saber que tenía dentro de mi vientre el fruto del amor entre tu papi y yo, el saber que estaba embarazada por primera vez, el saber que estaba… esperándote.

Te juro que ahora sí…

Nunca utilizamos ningún método anticonceptivo y dijimos que el día que llegara un embarazo, bienvenido sería. Pero mis menstruaciones nunca fueron lo que se dice precisas o exactas, por eso a lo largo de tres años de matrimonio, tuvimos varias “falsas alarmas”. Tu papi ya hasta se burlaba de mí cuando, luego de un par de días de retraso, le decía que a lo mejor estaba embarazada. Ya no me creía. Pero esta vez… esta vez todo fue diferente.
Los dos trabajábamos en Televisa en un programa que se llamó Big Brother, y a principios de julio de 2005 terminábamos lo que sería su última emisión. Fue un programa muy pesado pues teníamos que viajar diario hasta una hacienda en el Estado de México, así que cuando acabó el proyecto decidimos descansar un rato. Nuestra vida transcurría de lo más normal, hasta que un buen día… comenzaron los síntomas.
Además de que la menstruación no hacía su aparición, empecé a notar que por las noches me levantaba varias veces para ir al baño y que mi vientre empezaba a ponerse un poco más duro de lo normal. También dormía mucho más de lo acostumbrado, hubo días que me levanté a la una o dos de la tarde, ¡incluso llegué a dormir más que tu papá, que ya es decir! No estaba asustada, pero sí sabía que algo raro me estaba pasando.
Comencé a tener la ligera sospecha de que podía estar embarazada pero no quería decírselo ni a tu papá porque ya sabía lo que me iba a decir… “Sí corazón, estás embarazada, ¿otra vez?”. Así que dejé pasar más tiempo hasta que un día, los terribles ascos se comenzaron a convertir en mi despertador de todos los días. Fue entonces cuando ya no tuve dudas… sabía que ahora sí estaba embarazada. Sin embargo, ni yo misma quería aceptarlo o reconocerlo por miedo a que fuera a ser otra falsa alarma y sufrir una gran desilusión. Pero los síntomas no me dejaban y por el contrario, iban en aumento.
Por primera vez en mi vida sentí lo que es tener agruras y por su puesto, tampoco me libré de los famosos antojos. Pregúntale a tu papá cómo sufrió. Hamburguesas con papas fritas, pizzas, helados, nachos, esquites, pero sobre todo chocolates era lo que más sentía necesidad de comer. Así que las pop tarts, los bubu lubus y todo lo que tuviera sabor a chocolate comenzó a invadir nuestra alacena.
Ya estábamos en septiembre, ya tenía más de dos meses de retraso y ahora sí tu papi empezaba a creer que estaba embarazada, por lo que me propuso que me fuera a hacer unos análisis para estar seguros.
No le hice caso, pero un día que estábamos en Galerías Insurgentes, nuestra plaza desde que éramos novios, llegamos a un Sanborns a hojear revistas. Junto a las revistas estaba la farmacia y fue ahí cuando me animé a comprar una prueba casera de embarazo. Se lo dije a tu papá y, aunque no estuvo muy de acuerdo, me la compró. Nunca habíamos utilizado una, así que cuando llegamos a la casa leímos las instrucciones para ver cómo se usaba. Yo estaba muy nerviosa y mi corazón latía muy fuerte. Decidimos que la utilizaríamos al día siguiente.

Lunes 5 de septiembre de 2005

Casi ni dormí y me estuve aguantando las ganas de ir al baño lo más que pude. Pero cuando ya no pude más, desperté a tu papá y nos levantamos decididos a saber la verdad. Yo estaba temblando y mi mano apenas si podía sostener la prueba, así que como pude seguí las instrucciones. Esperamos cinco minutos, tu papá sería el encargado de darme el veredicto. Una raya horizontal (-) significaría negativo y una raya horizontal con una vertical (+) daría positivo el resultado.
Yo no quería ni voltear y tu papá no me decía nada, sólo veía la prueba fijamente. Le pregunté qué había salido y me dijo que no entendía muy bien… que era algo así… como una cruz.
No había de otra, el resultado era claro y era positivo. No supimos qué hacer, sólo recuerdo que nos miramos fijamente y los dos sonreímos como si se tratara de alguna travesura. Tu papá, un tanto incrédulo, veía una y otra vez la prueba para ver si acaso ocurría algún cambio en su apariencia. Pero no, nada pasó y aun teniendo la prueba en la mano me dijo que no confiaba en esas cosas y que mejor íbamos a ir a un laboratorio para hacerme unos análisis de sangre. Le dije que sí.

Viernes 9 de septiembre de 2005

Nos levantamos muy temprano. Yo no tomé ni una gota de agua y nos fuimos al laboratorio para, ahora sí, tener la absoluta certeza de que nuestro embarazo era real.
Nos recibió una doctora muy joven y nos pregunto qué se nos ofrecía. Yo le dije que quería hacerme una prueba de embarazo. De inmediato me hizo algunas preguntas de rutina y luego me pasó a un pequeño cubículo para sacarme sangre. Sólo sentí un ligero piquete pero sin dolor alguno. Cuando terminó, me dijo que los resultados no tardarían y que me los entregaría en la sala de espera. Ahí me estaba esperando tu papá que no tardó en pedirme que le contara cómo me había ido. Apenas si terminé de contarle cuando la doctora ya nos estaba entregando los análisis en un sobre perfectamente cerrado. Estaba muy seria y, antes de que ella dijera alguna palabra, le pedí que no nos diera el resultado. Sólo se rió y se limitó a abrir la puerta para despedirnos del laboratorio.
Cuando llegamos a la casa yo ya estaba completamente vuelta un manojo de nervios. Tu papá traía el sobre en la mano, así que fue él el que lo abrió y el primero en enterarse del resultado. Yo daba vueltas por todo el departamento, las manos me sudaban y mi corazón latía a mil por hora. “¡Es positiva!”... me dijo tu papá con una gran sonrisa en la cara. Me quedé fría y sin poder evitarlo, comencé a llorar de alegría. “¿De verdad estoy embarazada?, ¡Dime la verdad!”, le pregunté a tu papá. “¡Sí, mira!”, me dijo enseñándome los análisis…
No lo podía creer, pero cuando vi esas letras en mayúsculas que decían… POSITIVA, ya no me quedó ni una duda. Continué llorando y lloré aún más cuando tu papi se acercó, me abrazó y me dijo… ¡Ahí adentro hay un chiquitito! Me dio un beso muy tierno y nos quedamos abrazados junto a la puerta hasta que logré tranquilizarme.

¡Maggie está embarazada, Maggie está embarazada!

Al día siguiente, y ya con la noticia perfectamente asimilada, nos dimos a la tarea de dar la buena nueva a nuestras familias.
Decidimos que tus abuelitos de Córdoba serían los primeros en enterarse. Cuando hice la llamada fue tu abuelita Florecita la que contestó. Nos saludamos y me dijo que todos se habían reunido para comer. Así que allí estaban tus abuelitos, tus tíos Tito y Jenny con tus primos Chanel y Angelito y tu bisabuela Rosa. ¡Perfecto!, pensé, así matamos dos pájaros de un tiro. Sin ningún rodeo le dije que tu papi y yo les teníamos que dar una noticia y sin más ni más le dije que estábamos esperando un bebé. A tu abuelita inmediatamente se le entrecortó la voz y a mí también. Nos felicitó, nos dijo que estaba muy contenta y me pidió que me cuidara mucho y a ti también. Todos se dieron cuenta de lo que estábamos hablando, así que tu abuelito corrió hasta otro teléfono para también felicitarnos al igual que tus tíos, pero sin duda la que más me conmovió fue tu prima Chanel que, emocionadísima, no dejaba de gritar por toda la casa… “¡Maggie está embarazada, Maggie está embarazada!” Todos quedaron sorprendidos con la noticia y no pararon de externarnos sus buenos deseos y felicitaciones.
Ese día estaba preparando para la comida una pasta con atún que por andar hablando a Córdoba quedó toda batida, pero bueno. Después de que nos la comimos, le dije a tu papá que ahora teníamos que avisarle a tu abuelita Lulú. Tu papi fue el encargado de marcar. “Jefa, vas a ser abuela, ¡otra vez!”, le dijo. Y es que tu primito Emilio, acababa de nacer en mayo. Tu abuelita Lulu fue menos expresiva, pero también nos dijo que nos felicitaba y que le daba mucho gusto.

El día que te escuché por primera vez…

El lunes 12 de septiembre, ya con todos enterados de nuestro embarazo, nos dimos a otra nueva tarea… buscar un buen ginecólogo para que nos atendiera.
Decidimos que la mejor opción sería ir a un hospital que nos quedara cerca de casa, así que el Hospital Santa Coleta fue el elegido. Solicité una cita y me la dieron para ese mismo día a las seis de la tarde. Ahí me atendió el Dr. Jorge Ibargüengoitia, un señor muy bien presentado y ya algo grande de edad. Por su forma de tratarme, inmediatamente me dio mucha confianza y me sentí muy a gusto durante toda la consulta. Me abrió una historia clínica y luego de interrogarme de pe a pa, me dijo que me recostara en su camilla.
Se lavó perfectamente las manos y me pidió que me descubriera el vientre. Los nervios nuevamente se adueñaron de mí. Y es que la cara del doctor al estar deslizando su estetoscopio sobre mi vientre no era nada alentadora. Sólo se escuchaban sonidos muy extraños. Te confieso que estaba muy espantada y hasta llegué a sentir miedo de que algo no anduviera bien. De pronto el doctor levantó la cara y me pregunto… “¿Qué es eso que se escucha?”; yo francamente no escuchaba nada claro y le dije que no sabía. “¿Cómo que no sabes?”, me dijo aparentemente enojado. Pero en ese preciso instante, y como por arte de magia, empecé a escuchar un sonido muy fuerte y muy rápido… ¡puum, puum, puum, puum! “¡Es mi bebé!”, le dije francamente emocionada y con lágrimas en los ojos. Efectivamente, el doctor me confirmó que eran los latidos de tu corazón y que tenías aproximadamente 11 semanas de gestación. Ese fue uno de los días más felices de mi vida… el día que te escuché por primera vez.
Llegué a casa muy contenta a contarle a tu papi, que por motivos de trabajo no había podido acompañarnos, que había escuchado los latidos de tu corazón. Se emocionó muchísimo, estaba feliz… y desde ese momento comenzó a tocar mi pancita todos los días para hablar y platicar contigo.


El primer ultrasonido

Los días pasaban, pero mis “achaques” no. Un día recibimos una llamada… era tu tía Jenny que hablaba para saludarnos y para avisarnos que en Córdoba había unos paquetes de maternidad muy completos y a muy buen precio en el Hospital Covadonga. Tu papi y yo comenzamos a investigar sobre este hospital y sus famosos paquetes y a considerar la posibilidad de que nacieras ahí. Nos pareció una buena opción pues así yo podría estar más cómoda y con los cuidados de tus abuelitos; así que sin dudarlo, nos decidimos y planeamos que la segunda consulta ya fuera en Córdoba.
El 6 de octubre preparamos maletas y nos fuimos hasta allá. El 7 de octubre me revisó un médico general y ordenó que se me realizaran exámenes de sangre y orina, así como un ultrasonido. Tu abuelita Florecita estaba muy contenta de tenerme ahí y de saber que iba a poder estar contigo cuando nacieras, por lo que no nos dejó solos ni un instante y nos acompañó a todos lados.
El lunes 10 de octubre, nos levantamos muy temprano para recolectar mi orina y nos fuimos al hospital. Me sacaron sangre y luego llegó el momento tan esperado… me iban a hacer el primer ultrasonido.
Nos pasaron a un consultorio con una gran computadora y muchos monitores. El doctor me pidió que me recostara y que descubriera mi vientre, luego me puso encima mucho gel para poder maniobrar mejor. Estaba muy frío, pero todo se me olvidó cuando me dijo… “¿Lo ves?, ese de ahí es tu bebé”.
Es bien sabido que el embarazo pone muy sensible a todas las mujeres, y yo no fui la excepción. Así que una vez más me encontraba, cual Magdalena, llorando al ver tu pequeño cuerpecito reflejado en aquel monitor.
El doctor empezó a explicarme lo que haría. Me dijo que tenía que medir la longitud de tu fémur para conocer con exactitud tu edad gestacional. También midió el perímetro exterior de tu cráneo, así como tu circunferencia abdominal, todo esto para saber tu peso y detectar si había algún retardo en tu crecimiento. “Todo está dentro de lo normal”, me dijo. Me sentí profundamente aliviada y contenta al confirmar que te encontrabas en perfecto estado. Volví a escuchar los latidos de tu corazón e incluso me enseño que ya te estabas moviendo. “¡Mira cómo mueve sus dedos!, y al parecer está haciendo sus ejercicios matutinos”, dijo el doctor. Efectivamente, tu imagen era muy tierna, movías tus deditos y estirabas tus piernas una y otra vez. Salí de aquel cuarto completamente fascinada y conmovida después de haber tenido el primer encuentro contigo… mi bebé.
Cuando llegué a la casa de tus abuelitos, no me cansaba de presumirles a todos que ya te había visto, el único que faltaba era tu papi. Con él hablé hasta en la noche, pero a él se lo conté con el doble de gusto y con el doble de detalles. También a él le dio más alegría que a nadie escuchar cómo fue la hermosa experiencia… de nuestro primer ultrasonido.
Pero los chequeos aún no terminaban. Al día siguiente tendríamos la última consulta con el ginecólogo que nos atendería mes con mes; el famosísimo y bien ponderado Dr. Landeros. “Él trajo al mundo a Angelito”, me dijo tu tía Jenny. “Es un excelente doctor, tienes que verlo. Además él permite que el papá entre a la hora del parto”. Perfecto, él es el indicado, pensé. Así que el 11 de octubre tuvimos la primera cita con el Dr. Landeros.
Cuando lo vi, me dio la impresión de que tenía facha de todo menos de doctor. Era un hombre tosco y gordo, con las manos más grandes que había visto en mi vida; era un “rancherote” con bata blanca. Pero conforme la consulta fue avanzando me di cuenta de que se trataba de una buena persona. Muy correcto y amable en su trato, me dijo que los resultados de todos mis análisis, incluyendo el ultrasonido, estaban bien, por lo que sólo me pesó y tomó medidas de mi vientre, me ordenó que descansara lo más posible y que tomara mucho ácido fólico al igual que un multivitamínico, llamado Materna, que sólo sirvió para darme dolores de cabeza. “Eso es todo, señora”, me dijo. “La espero dentro de un mes”.
Al día siguiente regresamos a México para encontrarnos con tu papi. Nos recibió muy contento y no paraba de decirnos lo mucho que nos había extrañado.

¡Se está moviendo!

Poco a poco, los ascos fueron desapareciendo… pero lo que apareció de repente fue la panza. Mis pantalones ya no me cerraban y la ropa dejó de quedarme. ¡Qué horror! Sin embargo, tu papi siempre se portó de lo más lindo conmigo, nunca me dijo que me veía fea o gorda, por el contrario, me decía que estaba más bonita que nunca y que mi panza estaba hermosa.
Y la verdad sí, me cuidé mucho y todos los días me ponía cremas y aceites para que no me fueran a salir estrías. Además, pasaba mucho tiempo frente al espejo percatándome de hasta el más mínimo cambio que mi cuerpo iba sufriendo.
“¡Disfruta tu panza!”, me decía tu papá. Fue un gran consejo. Ahora lo único que me tenía desconcertada era la pregunta que todo mundo me hacía… ¿ya se mueve? No, les tenía que contestar muy triste, pero en verdad, aún no sentía nada.
Rápidamente, se aproximó la fecha para nuestra tercera consulta, la segunda en Córdoba. Así que otra vez preparamos maletas y para el 14 de noviembre ya estábamos de nuevo en el consultorio del Dr. Landeros. Fue un chequeo de rutina… todo seguía viento en popa.
“¡Pero no siento que se mueva!”, le dije afligidísima al doctor. “No te preocupes, a partir de la próxima semana comenzarás a sentirlo”, me contestó.
Regresamos a México, esa vez venía con nosotros tu abuelita Florecita, y qué bueno, porque aquél día me sentí muy mal en la carretera. Creo que me bajó la presión y estaba muy mareada. Afortunadamente, y como buena abuela, tu abuelita sacó de su bolsa un frasquito con alcohol para que lo oliera. ¡Santo remedio! Nos comimos unas tortas que habíamos preparado y me quedé profundamente dormida.
Al día siguiente, nos fuimos a Liverpool. Tu papá nos alcanzó allá. El objetivo… comprarte un moisés para tus primeros meses de vida. Escogimos el más bonito, uno color beige. También compramos franela para hacerte unas sabanitas que le hicieran juego a tu cunita.
Transcurría ya la semana 21 de nuestro embarazo, y justo el viernes 25 de noviembre, cuando cumplimos 22 semanas (cinco meses y medio), por fin pasó. Ya estaba recostada, lista para dormir, cuando de pronto sentí unos leves golpecitos, como punzadas, en el lado derecho de mi vientre. “¡Se está moviendo!”, le grité eufórica a tu papá que estaba en la sala. Inmediatamente llegó corriendo y pegó su oído en mi panza como tratando de escuchar algo. Obviamente, no escuchó nada. Tomé su mano y la puse sobre mi vientre, me relajé y nos quedamos un ratito ahí, los dos acostados y muy quietecitos. Al poco rato, te volviste a mover… y ahora sí, también lo sintió tu papá. Me encantó ver su expresión, ver esos ojos que se abrieron enormes ante aquel acontecimiento. “¿Qué estás haciendo chiquitito, estás jugando?”, te dijo muy cariñoso.
Desde ese momento te empezaste a mover a toda hora, en las mañanas y en la tardes, pero sobre todo en las noches cuando ya es hora de dormir. ¡Mmmm!

Rosa o azul… la profecía de Papadamus

El amarillo nunca me ha gustado, por eso decidimos que te comenzaríamos a comprar ropita hasta que supiéramos tu sexo. ¡Qué angustia! Queríamos que el tiempo pasara rapidísimo para que llegara el día del segundo ultrasonido y que por fin descubriéramos tu identidad.
Mientras tanto, los paseos por el departamento de bebés no eran nada agradable, había muchas cosas y todas divinas, pero… ¿de qué color comprar? Hasta el 19 de diciembre lo sabríamos.
Sin embargo, las predicciones ya se hacían escuchar. Ya fuera con familiares o con amistades, todos trataban de adivinar qué sexo tendrías. Las opiniones eran muchas, pero debo confesar que casi todos se inclinaban por niño. “Ya son muchas mujeres en la familia” o “se te está haciendo la panza picuda”, eran los comentarios que todos me hacían. Y si todos se atrevían a abrir la boca, ¿por qué Papadamus no?
Una noche, ya listos para dormir, te empezaste a mover y tu papá comenzó a platicar contigo. “Ya dime qué eres, bebé”, “¿Eres chiquitito o chiquitita?”, te preguntaba una y otra vez. Así estuvimos un buen rato hasta que de repente, me dijo muy emocionado: “Ya me dijo que es niño y que quiere que le regale un X-box 360”. Yo, obviamente, me reí y le dije que estaba loco. “Te lo juro, me dijo que es niño y si no me crees, vamos a hacer una prueba”, me propuso segurísimo de que tendría éxito en su experimento.
Acepté el trato porque se me hizo muy divertido pero estaba convencida de que sería todo un fracaso. “Si eres niño le das una patada fuerte a tu mamá y si eres niña le das dos”, te dijo tu papá muy emocionado.
No pasaron ni tres segundos, cuando sentí uno de los golpes más fuertes que me diste durante todo el embarazo. Sólo un golpe y, según el experimento, nos estabas diciendo que eras niño. Tu papá su puso feliz y a partir de ese día, siempre afirmó y aseguró que él ya sabía que eras niño; y lo peor de todo fue que se salió con la suya, y con la tuya supuestamente, pues al día siguiente corrió a comprar el X-box que tú le pediste.
Yo, sin embargo, seguía sin estar muy segura de creer en la profecía de Papadamus. Lo único que le rogaba a Dios es que tú estuvieras bien, sano y fuerte, sin importar si eras niña… o niño.
La fecha tan esperada se aproximaba y esta vez el viaje a Córdoba sería algo muy especial, tu papi vendría con nosotros por primera vez, además pasaríamos Navidad allá con toda la familia y por si fuera poco, por fin sabríamos tu identidad… aún secreta.

¡Hola Mariano!

Dicen que no hay día que no llegue ni plazo que no se cumpla. Y efectivamente, el 19 de diciembre había llegado pero la hora de la verdad, todavía no. El ultrasonido estaba programado para las 10:00 a.m., pero nos fue imposible llegar a tiempo porque primero fuimos al festival navideño del colegio de Chanel. Ella bailó muy bonito y nosotros también nos pusimos a bailar, pero de nervios. Me la pasaba preguntando la hora y pensando que para esos momentos ya deberíamos estar en el hospital viéndote.
En fin, a la 1:00 p.m. íbamos llegando al hospital. A penas si esperamos unos minutos, lo suficiente para que tu papi nos grabara a todos con cara de angustia con su cámara de video, y por fin llegó la hora. La enfermera pronunció mi nombre y me indicó que pasara al cuarto de ultrasonido. Como siempre, el séquito vino tras de mí. Cuando el doctor nos vio a todos dispuestos a entrar al cuarto, no tuve más remedio que preguntarle si podíamos pasar. “No hay problema, tomen asiento”, me dijo riéndose. Yo me recosté en la camilla y tu abuelita Florecita, Chanel, tu tía Jenny y tu papá se acomodaron como pudieron.
El doctor comenzó a hacer lo suyo y rápidamente apareciste en el monitor. Te tomó medidas y checó que todo estuviera bien. “Todo en orden, señora. Su hijo va muy bien y ya pesa aproximadamente 830 gramos”, me dijo. Obviamente me alegré de que nuestro embarazo siguiera desarrollándose a la perfección, pero aún no escuchábamos lo que tanto queríamos oír. Mientras tanto tu papá no soltaba la cámara ni un solo instante y grababa hasta el más mínimo detalle. Estaba feliz, a leguas se le notaba estar disfrutando aquel momento, y cómo no si esa era la primera vez que te veía. Se asombraba con cada imagen tuya que aparecía en el monitor y no paraba de decirte cosas lindas.
Pero después de un rato, ya desesperados de notar que el doctor no tenía ni la más mínima intención de decirnos tu sexo, no aguanté más y le pregunté: “¿No nos va a decir qué es?”. No pareció tomarle importancia a mi pregunta y con un dejo de aparente arrogancia me contestó: “Yo desde cuando ya les dije qué es”. Tu papá y yo nos volteamos a ver sorprendidísimos. “¿Qué?, ¿a qué hora que ni nos dimos cuenta?”. El doctor siguió haciendo algunas anotaciones en su computadora y nos veía de reojo con una sonrisa bastante traviesa, como tratando de ver si habíamos captado el mensaje.
De inmediato reaccioné y deduje que eras niño pues todo el tiempo, desde el principio, el doctor había estado hablando en masculino. “¡Es niño corazón!”, le dije a tu papá muy contenta y sí, una vez más, con lágrimas en los ojos. “Te lo dije, yo ya lo sabía”, me contestó rápidamente y haciendo referencia a su, ahora, tan acertada profecía.
Efectivamente, el doctor nos confirmó que eras niño e inmediatamente imprimió una fotografía, que le regaló a tu papá, en donde nos enseñaba tus genitales. “¡Qué pena!”, de seguro vas a decir, pero te juro que para nosotros ese fue uno de los momentos más bonitos que hemos vivido como pareja. “Se va a llamar Mariano”, le dije al doctor. “Y le va ir al Barca”, dijo tu papá.
Todos estábamos muy contentos, salimos del hospital con una sonrisa de oreja a oreja y por supuesto llegamos a la casa a hacer llamadas y a mandar mensajes para darle a todo mundo la noticia. Las respuestas no se hicieron esperar y de inmediato comenzaron a llegar felicitaciones de familiares y amigos haciéndonos saber que compartían nuestra alegría.
¿Sabes?, en el fondo tu papá y yo queríamos, por muchas y variadas razones, que fueras hombre. Gracias a Dios nuestro deseo fue concedido y ése fue el mejor regalo de Navidad que pudimos tener.
La noche del 24 llegó y no sabes la cena que se preparó aquella ocasión. El menú era vasto y variado, había ravioles, jamón envinado, lomo en salsa de ciruela, bacalao y ensalada de manzanas y uvas. De postre, un delicioso pastel de chocolate y alcohol para todos los gustos.
Después de adorar al niño Dios e invitarlo a compartir la mesa con nosotros, todos pedimos por ti, porque llegaras sano a este mundo y para bien de nuestra familia. Fue un momento emotivo pues era la primera Navidad que pasaba así… panzona y con ese hermoso sentimiento de tener ya mi propia familia; ya éramos tres: tu papá, tú y yo.
La cena pasó y todos comimos hasta reventar, yo literalmente así me sentía. Creía que la panza me iba a explotar, así que decidimos salir a la terraza para prender luces de bengala con Chanel y Angelito y bajar un poco la panza. Nos divertimos mucho pero cuando ya no soportamos más el frío nos metimos… y nos llevamos una gran sorpresa. Nadie lo podía creer… ¡Santa Claus ya había estado en la casa y había dejado regalos para todos bajo el árbol!
“¡Ya vino Santa Claus!, ¿alguien lo vio?”, no dejaba de preguntarnos Chanel a todos, pero no, nadie se había dado cuenta. Seguro había entrado por la chimenea y como estábamos afuera ni lo notamos. En fin, todos nos pusimos muy contentos y cada quien comenzó a tomar su regalo para descubrir lo que era. Rápidamente el árbol se vació, pero había quedado un regalo sin que nadie lo tomara. “Qué raro, para quién será si ya todos tenemos el nuestro”, pensamos. Entonces tu papá se acercó para ver si el regalo tenía algún nombre… ¡Sí!, decía: De Santa Claus, para Mariano. ¡Qué emoción, Santa Claus también había pensado en ti y te había traído un regalo… tu primer regalo de Navidad! Yo, en representación tuya, lo abrí. “¡Ay, qué lindo!”, todos dijimos cuando vimos que Santa Claus te había traído un hermoso perrito de peluche al que rápidamente, y originalmente, bautizamos con el nombre de Doggie.
No cabe duda que eres afortunado, desde el principio fuiste un niño querido y amado por todos. Y es que en estos tiempos ya no muchos niños llegan a este mundo de esa forma, por eso tu papá y yo nos sentimos muy orgullosos de que tu sí hayas sido un niño deseado y esperado. Y bueno, así concluyó nuestro viaje a Córdoba y nuestra Navidad 2005… nos la pasamos muy bien y de regreso a México, por fin supe cómo darte los buenos días. Cada mañana al despertar, acariciaba mi pancita y te decía… “¡Hola Mariano!”.

Yo no olvido al año viejo…

Nunca imaginamos lo que viviríamos a lo largo del año que estaba a punto de terminar. Imposible enumerar todo lo que nos dejó el 2005, pero definitivamente fueron cosas buenas, tanto materiales como muchos recuerdos gratos que opacan lo que nos pudo pasar y no ser tan agradable. Además fueron 365 días en los que nuestra vida dio un giro de 180 grados… así que esa noche del 31 teníamos que hacer un brindis muy especial.
Doce uvas en sus respectivas copas con vino y un reloj colgado en lo alto de una pared de la casa de tu abuelita Lulu estaban listos para convertirse en los protagonistas de los últimos segundos del año. Nuestra atención estaba puesta en el avanzar de las manecillas y el único sonido que se escuchaba era el tic-tac del viejo aparato que más ansiosos nos ponía a todos.
Por fin el conteo regresivo…, doce, once… todos de pie... diez, nueve… tomamos nuestras copas… ocho, siete… y comenzamos a comernos las uvas. Seis, cinco… tu papi y yo nos pusimos frente a frente… cuatro, tres… y estábamos listos para despedir un año más juntos y unidos por nuestro amor…, dos, uno… un año que recordaremos el resto de nuestras vidas.
¡Ya eran las doce! “¡Feliz Año Nuevo!”, todos gritamos. El 2006 había llegado y con él un cúmulo de sueños e ilusiones. Nos abrazamos, nos dimos varios besos y le pedimos a Dios que nos fuera bien este año; que nos dejara gozar de salud, que fortaleciera nuestro amor y que nos permitiera seguir contando con todo lo necesario para poder vivir. Pero aún faltaba hacer el brindis más importante… y, obviamente, ése era por ti. Le dimos gracias a Dios porque nos bendijo con la alegría de saber que seríamos padres y le pedimos que te cuidara, que te dejara crecer sano y que te ayudara a ser un niño bueno y feliz.
El 2005 fue un gran año porque supimos que llegarías… pero el 2006, sin duda, será mejor. Será mejor porque por fin podré tenerte entre mis brazos… y porque en ti veremos reflejado todo nuestro amor.

Los Reyes no se hicieron rosca…

Creo que este año comimos más rosca de reyes que nunca. A todos lados que íbamos nos ofrecían un pedacito; y pedazo que nos daban, pedazo que no rechazábamos. Qué bueno que no nos salió ningún niño… ¿otro? “Yo ya traigo al mío integrado”, decía y gracias a Dios nos libramos del dichoso muñequito, hubiéramos tenido que poner los tamales el día de la Candelaria y… no gracias.
Lo que sí consideramos prudente fue que Los Reyes Magos se enteraran de que pronto llegarías a nuestra familia, y si no para este año, que para el otro ya te tuvieran contemplado en su larga lista. Así que tu papi y yo les hicimos una cartita. Les contamos que, fuera de algunos ascos y achaques que me habías provocado, te habías portado muy bien y que por eso querías que te trajeran un regalo… algo que ellos consideraran que necesitabas o que te hiciera falta. Cuando la terminamos, compramos un globo y le atamos la cartita. Luego los soltamos al cielo y, como dicta la tradición, nos fuimos a dormir muy temprano con la gran ilusión de que al día siguiente encontraríamos un regalo para ti.
Y así fue, la mañana del 6 de enero descubrimos que los Reyes Magos te habían traído ropita, un lindo mameluco. ¡Gracias Reyes Magos, y los esperamos el año que entra… y muchos más!

¡Lluvia de regalos!

La llegada de un bebé es un acontecimiento muy importante… de ahí que los Baby Showers sean una reunión cada vez más popular en nuestro país. Y aunque de origen anglosajón, el Baby Shower es una linda forma de darle la bienvenida al nuevo integrante de la familia. Es la ocasión perfecta para estar con amigas cercanas y familiares en un ambiente divertido y relajado, donde además la única y verdadera intensión es festejar la vida.
Y nosotros, claro que estábamos más que puestos para festejar tu llegada, así que tuvimos dos Baby Showers, uno en México que nos organizó tu tía Blanca Milán y el otro en Córdoba organizado por tu abuelita Florecita y tu tía Jenny.
La verdad es que los dos estuvieron muy bien; en México, Blanca nos hizo pasar una agradable tarde con juegos muy divertidos, y en Córdoba tuvimos un delicioso desayuno en un restaurante muy bonito. Pero lo más importante fue que, en ambos, recibimos innumerables muestras de cariño, buenos consejos y una auténtica lluvia de regalos para ti.
Gracias a todas por acompañarnos y por haber hecho de esos días momentos inolvidables llenos de sorpresas… y muy útiles por cierto!!!


Sentimientos encontrados

Para finales de febrero corrían ya 34 semanas de embarazo (octavo mes) y para ese entonces tú y yo ya estábamos súper instalados en la casa de tus abuelitos en Córdoba esperando el gran día.
Pero estar sin papi fue algo muy duro para mí, nunca nos habíamos separado para nada y aunque todos nos trataron muy bien en Córdoba, la verdad es que estar sin él me hacía tener sentimientos encontrados. Por un lado, una gran tristeza de que no pudiéramos compartir juntos los últimos momentos de tu espera y por el otro también sentir una alegría inmensa al imaginar cómo serían tus ojos o tu nariz, tu boca o tu pelo, y que además ya cada vez faltaba menos para descubrirlo.
Y pues así entre altibajos, más altos que bajos, hablábamos con papi casi todos los días y entre afinando los últimos detalles, salidas a los Portales y citas con el doctor, los días, aunque lentamente, pasaron.
Hasta que por fin pasó lo que tanto anhelaba, escuchar al Dr. Landeros decirme… “ya son 38 semanas de gestación y ya no la vamos a hacer sufrir más, su bebé ya está listo y qué le parece que programemos su operación para el próximo viernes”. No lo podía creer, de inmediato le dije que estaba bien y así acordamos que el gran día, ese día tan esperado por todos sería… el 24 de marzo de 2006.
Salí del consultorio no feliz, lo que le sigue. Faltaba exactamente una semana para que nacieras y de inmediato hablamos con papá para que tuviera todo listo y viniera con nosotros.

Viernes 24 de marzo de 2006

Todo listo… tu ropita, los biberones, tu moisés, la pañalera, los puros, los chocolates… y lo más importante, tu papá y yo y toda la familia también estábamos listos para darte la bienvenida.
Así que ese día nos levantamos temprano, nos arreglamos y a las 12 en punto del medio día estuvimos en el hospital para internarme.
¿La sensación? De lo más rara que te puedas imaginar, estábamos tranquilos pero nerviosos, llenos de emoción pero con esas cosquillitas en el estómago cuando sabes que te vas a enfrentar a algo desconocido… pero cuando llegaron los enfermeros y comenzaron a prepararme para la operación nos relajamos un poco más. Cada vez faltaba menos… y yo no dejaba de rezar pidiéndole a Dios que estuviera con nosotros y rogando que todo saliera bien.
4:00 p.m. Hora de partir hacia el quirófano. Tu tía Jenny nos echaba porras y daba ánimos. Tu abuelita Florecita nos dio un beso y la bendición y tu papi se metió con nosotros hasta el quirófano. Con un fuerte apretón de manos y un tierno beso nos despedimos por un momento. ¡Ahora sí la hora de la verdad había llegado!
Hasta dentro de un rato bebé… cuando por fin pueda ver tu carita y escuchar tu llanto… cuando por fin pueda tenerte entre mis brazos por primera vez… y cuando, también por primera vez, me regales el privilegio de darte un beso… un beso de mamá.
Maggie 2006